sábado, abril 07, 2007

Juan

Hoy iba a hablarles de la historia de las islas Malvinas, del desinterés por tomar posesión de ellas (que lo haga otro es el lema nacional), de Vernet, su destitución a manos inglesas, la sublevación de Rivero y la desgana porteña de enviar refuerzos hasta casi 150 años después (es que eran más lentas las vías de comunicación). Pero en lugar de eso, prefiero transcribirles este relato que me contaron hace unas semanas.


Déjenme contarles la historia de Juan, un chico que Vicente López, nacido el 18 de diciembre de 1963.

“De afuera” vio la presidencia de Illia y el golpe de Onganía. Su primer año en la escuela primaria lo recibió con el Cordobazo y la posterior Noche de los Bastones Largos. Definitivamente, no era buena época para andar estudiando, pero un chico de seis años suele absorber las preocupaciones de los padres más que entenderlas.

El asesinato de Aramburu siguió los acontecimientos. Los enfrentamientos armados entre la guerrilla socialista-peronista (ironías al margen) y las fuerzas armadas que lideraban al país eran cosa de -casi- todos los días.

En una suerte de suicidio ante el pueblo, ocurre la Masacre de Trelew. Levingston, presidente de facto en aquellas épocas, se vio obligado a cumplir lo que había prometido cuando asumió.

Finalmente en el ’73, Juan pudo presenciar algo único -y que iba a tardar diez años en repetirse-: elecciones democráticas. Despuntando nueve años de vida, no entendía por qué sus padres se habían levantado temprano y lo habían llevado a su colegio un domingo. Clara, su madre, profesora de historia en el mismo colegio graduada del instituto Joaquín V. González, le explicó que había que elegir gobernantes. Le enseñó el significado de democracia y que, si bien pudiera no ganar quien uno elegía, si decidía no ir, perdía el derecho a réplica.

La asunción y renuncia de Cámpora dio lugar al regreso de Perón luego de 18 años. Tanto Clara como Carlos -padre de Juan- eran antiperonistas de pura cepa: la primera una profesora perseguida durante las presidencias de Perón; el otro, banquero ligado a intereses internacionales. Esta aclaración viene a cuenta de que ellos no fueron partícipes ni testigos de los acontecimientos de Ezeiza más allá de lo que las radiodifusoras transmitían a través del éter.

Pero un año después el presidente muere y asume la conducción del país la vicepresidente de los argentinos: María Estela Martínez de Perón.

Comienza una guerra de guerrillas encubierta, entre las antes mencionadas facciones de jóvenes socialistas -ya no tan peronistas- y una fuerza comando cuasi oficial llamada la Alianza Anticomunista Argentina.

Días después del último cumpleaños que tuviera como alumno de primario -o el primero como alumno de secundario, como prefieran verlo- se suceden los hechos de Monte Chingolo, donde el ERP queda diezmado y prácticamente desarticulado.

La situación es insostenible. Juan ve renegar a sus padres contra los distintos ministros de economía y sus planes de ajuste, así como con los vencimientos de los servicios. Así como sus padres, mucha gente más estaba con preocupaciones similares. Flotaba en el ambiente local un aire de “si la Sra. Presidente dejara de presidir, no nos ofendemos”.

24 de marzo de 1976, comunicado Nº 1. La junta militar conformada por Videla, Massera y Agosti tomó control del gobierno para dar comienzo al Proceso de Reorganización Nacional, nombre que da a entender que no estaban conformes con la situación actual. Sin embargo, parece ser que por sitaución actual se referían a otra cosa.

La noche misma del 24 ya se empezaba a escuchar una cacofonía que se terminaría haciendo cotidiana: el ruido de un Ford Falcon llegando; golpes y patadas a las puertas; gritos y zarandeos; el ruido de un Ford Falcon yéndose; el llanto de una madre.

¿Qué puede estar pasando? El primer año de secundaria y ya se encontraba con una población bastante reducida, principalmente en los años superiores. Cuando les preguntaba a sus padres, Carlos se limitaba a cortar por lo sano con un somero algo habrán hecho.

Pasaron los años. Juan jugaba al rugby, comenzó a salir con Sabrina, estudiaba mucho para no llevarse ninguna materia. Sabía que mientras siguiera los preceptos de sus padres, no iba a verse envuelto entre subversivos. Creció para ser un chico bastante pintón de pelo morocho y ojos claros, por lo que la “portación de cara” tampoco era su problema.

Más allá de los macabros relatos que algunos pobres diablos contaban, el Proceso no hizo otra cosa más que traer dicha. La plata dulce, la apertura al capital extranjero ayudó al crecimiento de su familia. Las fábricas que cerraban eran culpables de su suerte por no haber aprovechado los años de proteccionismo para obtener un nivel competitivo. Y los obreros que protestaban tendrían que estar laburando para ganarse el pan en vez de protestar para ganar más.

Hasta salimos campeones del mundo durante el Proceso. Juan nunca entendió por qué estos disconformes de siempre tenían que seguir arruinando la fiesta con sus mentiras. Que se cometían atrocidades en la ESMA; que la supresión de los derechos humanos; y demás patrañas infundadas.

En el año ’81, el Tte. Gral. Videla cumple su mandato y es sucedido por Roberto Viola. Sin embargo, junto con el fatídico sorteo para entrar al Servicio Militar Obligatorio, Viola era destituido de sus funciones y tomaba su lugar Leopoldo Fortunato Galtieri.

Juan salió “favorecido” con el sorteo: le tocaba ir a la colimba. Carlos no podía estar menos que feliz, pero Clara tenía las preocupaciones a flor de piel. Y no estaban de más esos miedos…

Durante sus arduos meses de entrenamiento, soportando a un sargento que lo sometió a las peores humillaciones en pos de proteger a la patria, corría el rumor de ir a guerra. Teniendo “la manzana rodeada” de dictaduras, el destino podía ser cualquiera. A fines de marzo comenzaron los preparativos: Iban a las Islas Malvinas. A ese inhóspito paraje del lejano sur que pasó de, desde su descubrimiento, mano en mano hasta finalmente quedar en posesión -ilegítima- de Gran Bretaña.

Pero pasaron los días y él sólo recibía las mismas noticias que todo el mundo: Las Malvinas son nuestras; Vamos ganando. Para el 15 de abril, Juan creía que la guerra estaba terminada y que no iba a llegar a ver combate. El 30 de abril se sube a un Hércules de la Fuerza Aérea con rumbo a Río Grande y el 2 de mayo, mientras se entera del hundimiento del ARA General Belgrano, es embarcado hacia la Bahía Fox, en Isla Soledad.

Desembarca. Sus sentidos tardan en adaptarse al frío que hiela los huesos y al fragor del combate. Escucha los gritos de sus hermanos soldados y las balas enemigas. Ve los ojos de un soldado inglés.

Siente una sensación de dolor indescriptible en la cara. Y no siente nada más.



Los personajes son ficticios. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.

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