miércoles, noviembre 11, 2009

Postal de Buenos Aires




Esta imagen fue tomada en la intersección de la avenida Córdoba y la calle Maipú, en el día de ayer, a las 18.45.
No es que el semáforo haya dado giro y por eso los colectivos ocupaban la mitad de la avenida, puesto que Córdoba es mano única y deben aproximarse a las esquinas donde doblan por la mano correspondiente (si doblan a la derecha, se aproximan por la derecha; análogamente se deben comportar para los giros a la izquierda).
El tema es que ayer, debido al corte total de servicio de subterráneos, salieron unos cuantos autos más a la calle, y la gente que usualmente se mueve bajo tierra se vio obligada a moverse con el servicio público de tránsito masivo -colectivos, bah-, que ya de por sí en hora pico vienen atestados.
De hecho, este es el segundo embotellamiento que se dio en diez magros minutos, pero mi velocidad de reacción no fue suficiente. Justo antes del cambio de semáforo, el 17 que se puede apreciar en la imagen estaba apenas asomando la trompita sobre Córdoba y dos unidades de la línea 45 bloqueaban la totalidad de los carriles de la avenida en cuestión.
Parece que están programando otro paro la semana que viene, así que ¡Atajensé, porteños!

lunes, agosto 31, 2009

El Templo de la Llama Negra

Tras un día de marcha, llegamos por fin a la aldea. Era un poblado casi simple, de casas bajas de madera y piedra con techos a dos aguas, comunes en estas zonas de bajas temperaturas invernales. Si digo que era casi simple, es porque el la escena se veía dominada por la imponente catedral que se hallaba un tanto alejada de la zona urbanizada. Algo en el templo me llamó la atención, pero en la penumbra no pude distinguir lo que era.
Agotados, nos dirigimos a la posada más cercana. Todos sabemos que siempre se comienza mejor una investigación con el estómago lleno y la mente despejada. Esto no habría sido inconveniente si no fuera por el pequeño asunto de la falta de provisiones y la terrible noche en el bosque. Dejamos a los caballos en el establo y entramos.
La posada estaba concurrida, con sus grandes mesas repletas de aldeanos tomando cerveza y comiendo guiso a la tenue luz de las lámparas. El vaho del encierro -también llamado calor humano- era fuerte, pero siempre lo consideraré más agradable que la naturaleza al aire libre; particularmente después de la noche anterior en el bosque.
Conseguimos sentarnos en una mesa. El posadero nos dio la bienvenida y nos presentó el menú del día. Mientras ordenábamos, con mis ojos de águila avisté a una grácil muchacha de no más de 14 años. Su esbelta figura hizo que desoyera los comentarios de mis compañeros, que parecían decir algo así como "Es una niña" y "No podés ser tan hijo de puta". Este último era Xeros, quien insiste en hacer comentarios mezclando términos de lenguas arcanas y desconocidas con básico.
Cuando la jovencita nos acercó lo pedido -un guiso de aspecto apetitoso (aunque qué no se ve bien después de haber comido poco bocado en un día)- me levanté y comencé a susurrarle comentarios que su padre evidentemente reprobaba por su mirada de reproche. Todos sabemos que los padres tienen un sexto sentido para detectar cuando alguien tiene ideas impropias para/con sus hijas. A fin de cuentas, ellos también tuvieron ideas impropias para/con las hijas de otros.
Degustamos el sabroso guiso y, ya harto cansados, nos retiramos a las habitaciones que habíamos rentado. Pero, como habrán imaginado, yo renté algo más que la mera habitación, y a los pocos minutos la puerta se abrió y la hermosa figura de la hija del posadero se deslizó por la abertura.
La puerta se cerró.
Me desperté al escuchar alboroto. Sentí un olor extraño, pero pensé que era la naturaleza humana y el guiso trabajando en conjunto. La hija del posadero se removió un poco a mi lado, haciendo un pequeño sonido gutural, típico de aquel que quiere seguir durmiendo.
Me levanté intentando no hacer ruido para ver qué pasaba, pero algo me llamó la atención: tenía mucho cabello suelto encima.
Prendí una vela e instantáneamente escuché nuevamente el sonido gutural antes comentado, pero mucho más fuerte. Miré a la cama y vi la carne putrefacta levantándose. El penúltimo pensamiento que pasó por mi cabeza antes de desmayarme fue ¿Donde está mi espada?. El último tenía mucho que ver con lo que estuve haciendo las últimas horas y mi salud. Luego, todo se puso negro.
Desperté por un puntinaso de Krups. Recordé el horror recientemente visto y me levanté de un salto, intentando escapar, sólo para encontrarme con el cadaver del zombie (valga la redundancia) partido en dos. Aparentemente Kephos tuvo algo que ver con esto.
Me vestí y equipé y
los tres salimos en busca de Xeros y Thellor.
Cuando el grupo estuvo reunido y volvimos a la planta baja de la posada, nos dimos cuenta de por qué esta gente no pagaba sus impuestos a la Corona Imperial: ¡Eran todos zombies! Era evidente que nuestra misión no podía esperar hasta la mañana siguiente.
Habían tres muertos vivientes interponiéndose en nuestro camino, pero no era nada que las flechas de Krups, el hacha de Kephos, la daga de Thellor y mi espada no pudieran manejar. Xeros no movió un dedo, alegando luego que sentía un peligro mayor en el que debería usar sus altas artes y que cualquiera de sus hechizos hubiera hecho que la estructura se nos cayera encima. Maldito mago ególatra.
Aparentemente no eran sólo los habitantes los que habían muerto hace tiempo. Krups miró sobre las mesas los restos de guiso de la noche anterior y las náuseas se apoderaron de ella. Dado lo que nos podía esperar afuera, decidimos sacarla del lugar sin mirar nada más que la puerta.
Salimos de la taberna y fuimos a buscar los caballos, sólo para encontrarnos con restos sanguinolentos de lo que fueron nuestros equinos compañeros manchando la podrida madera.
Nos dirigimos entonces al único sitio que no presentaba señales de decaimiento: La Catedral. Mientras nos acercábamos pude observar que aquello que me llamó la atención pocas horas antes eran las antorchas de la entrada. ¿Por qué me pertubaron entonces? Porque la llama que manaba de la misma era negra.
Abrimos el portón e ingresamos en el amplio salón principal, donde los pupitres estaban desordenados y podridos. Los vitrales formaban escenas que no parecían sacadas de los tomos de ninguno de los Dioses de la Luz y una esfera de oscuridad se alzaba sobre los mismos, gobernando el salón. Un único monje realizaba sus oraciones y no parecía notar que en el podio se alzaba una figura en una armadura negra.
No, no era negra, era oscura. La armadura estaba hecha de la Oscuridad misma, absorviendo la tenue luz de la luna que se filtraba por las tenebrosas imágenes de los vitrales.
¡¿Qué está pasando aquí?! ¡¿Quién eres?! - preguntó Kephos, consternado.
La figura lo miró -o pareció mirarlo, dado que no tenía rasgos característicos de visión en la parte superior de su armadura- y respondió:
Kaos. Mi nombre es Kaos.
¿Venimos a resolver un problema de impuestos y terminamos enfrentándonos a una criatura de puro Kaos? ¿Cómo es esto posible? ¿Es que nadie mandó exploradores antes de mandarnos a nosotros?
Antes que pudiéramos hacer ningún tipo de intercambio de palabras, Krups dejó volar sus flechas, que rebotaron contra la armadura Oscura.
No importaba nada más. Cuando se trataba de Kaos, nada era discutible y ella lo sabía. Era una lucha a matar o morir y, a pesar de nuestra consternación hacia la osadía de la batidora, así la asumimos.

La criatura de Kaos avanzó hacia nosotros desenvainando una espada negra.
La túnica del monje solitario cayó y dejó ver una aberración salida de las pesadillas de los más enfermizos monjes oscuros. Una figura cuasi-humana, retorcida en sí misma, que -supusimos- se preparaba para atacarnos. Sin darnos cuenta, la criatura se movió y se plantó junto a mí, pero por vez primera en la aventura mis nervios no me traicionaron y mis reflejos de guerrero salieron a relucir, asestándole un golpe con la espada que le dejó un brazo menos.
Kephos embistió, hacha en mano, contra la criatura de la Oscuridad, errándole contundentemente contra el piso. Aparentemente, por muy buena que sea la visión noctura de los enanos, al intentar ver oscuridad dentro de la oscuridad, los sentidos se atontan.
Krups siguió disparando flechas y Xeros realizó un pequeño ritual, tras el cual de sus manos salió una enorme bola de fuego que impactó de lleno en lo que sería el pecho de la armadura Oscura. Thellor se unió a mí en la batalla contra el languinolento pedazo de carne deforme, punzándolo aquí y allá con su daga.
El Kaos hizo su intento contra Kephos, pero aparentemente su percepción del tamaño del enano no era exactamente la mejor, pues le erró con tanta potencia que perdió el balance.
Aprovechando la situación, y en una coordinación casi perfecta con las flechas de Krups, Kephos blandió su hacha. La coordinación se debe a que ambos fallaron.
Xeros conjuró una nueva esfera ígnea y la aventó, asestando nuevamente en la armadura, que parecía dar señales de fatiga -o bien de hastío.
Mi espada consiguió dar de lleno en lo que sería el cuello del pseudo-monje, terminando de una vez con este problema.
Thellor, por su parte, dio rienda suelta a su avaricia y, en lugar de unirse a los demás en la lucha contra Kaos, arrojó su daga a la esfera Oscura, en pos de conseguirla para sí. Desfortunadamente, la daga rebotó y dio de lleno en el pecho de Xeros
¹.
¡PABLO, LA PUTA MADRE QUE TE REMIL PARIÓ!- gemía Xeros, quien se desplomaba en el piso, agonizando. Supusimos que intentaba invocar algún arte de curación, pero la sangre no paraba de manar. Ahí quedaba la única oportunidad que teníamos de terminar esto rápido.
La Armadura Oscura aprovechó la oportunidad para atacar a Kephos nuevamente, pero por alguna providencia divina, sólo consiguió golpearse la propia pierna.
Haciendo uso de todos nuestros recursos, embestimos contra la Bestia con todo nuestro arsenal, y a ésta no le quedó más que retroceder ante el embate de las espadas, hachas y flechas. Dando un paso atrás, la Armadura hizo algo inesperado: dejó caer su espada y comenzó a orar.
La esfera de Oscuridad que dominaba el recinto se amplió y unas voces de ultratumba resonaron en todo el lugar, tan fuerte que dejamos nuestras armas para taparnos los oídos. Eran los señores del Kaos, que parecían no estar muy conformes con la actuación de su caballero, porque acto seguido observamos que la armadura se retorcía sobre sí misma y desaparecía, como absorbiéndose. La esfera de Oscuridad volvió a su tamaño normal y desapareció. La penumbra de la catedral era total, pero se vio rota por los primeros rayos del alba cruzando por los vitrales, que estallaron al ser tocados por la luz del sol.
¿Es todo?- poregunté atónito.
Así parece- me respondió Krups -Pero tenemos un problema: no tenemos caballos y tenemos que llevarnos a Xello--
Un alarido de dolor impidió que Krups terminara su oración. Thellor, fiel a sus adiestramiento, quiso sacar el mayor provecho de la situación en que nos encontrábamos ¿Y qué podía valer más que una espada de acero negro en este lugar? Lo que no tuvo en cuenta es que la espada no era de acero negro, sino de Oscuridad, cual una extensión de su anterior dueño, y al contacto con la piel del desprevenido humano lo contaminó de su negra existencia, desapareciendo en el acto.
¡Fantástico! ¡No sólo tenemos que cargar al engreído que tenemos por hechicero, sino ahora también al avaro bueno-para-nada! ¡Yo digo que los dejemos a su suerte! Ellos se la buscaron- gruñía Kephos.
No podemos hacer eso. Si volvemos a
Altdorf sin ellos, vamos a tener que dar más explicaciones de las que quisiéramos- replicó Krups, con desgano en la voz.
¡Y no nos olvidemos de la recompensa! Estos libros de artes arcanas deben ser muy valiosos- dije, ojeando los libros que encontré al revisar el lugar, sin entender una palabra de lo que decían.
¡No se te ocurra vender uno solo de esos libros!- intercedió Xeros, quien estaría agonizando, pero como todo hechicero, considera al saber más importante que a la vida (salvo la suya, claro está).
Decidimos finalmente ir a buscar las alforjas de los restos de la mula para cargar los libros e improvisamos una camilla en la que cargamos a Xeros. Thellor, más allá de un dolor en la mano derecha y una cierta opacidad en la misma, no tenía problemas de movilidad, por lo que tuvo que caminar, a pesar de sus quejas.
Nos encaminamos para Altdorf. Iba a ser un viaje largo sin caballos y con el lastre del herido, por lo que mejor comenzar de inmediato.
Por alguna de aquellas fortunas de la vida, pasadas pocas horas de camino nos cruzó una caravana con los estandartes del Imperio. La encabezaba un heraldo del Senescal del Altdorf. Aparentemente nuestro enfrentamiento con la Armadura Oscura había hecho más revuelo del que habíamos supuesto. Por lo visto, cuando Kaos se manifestó tan abiertamente de este lado de la Frontera, los magos imperiales lo detectaron y mandaron una pequeña tropa para ver qué pasaba y evitar que se propagara la Oscuridad.
Les contamos lo sucedido, montamos a los heridos y enfilamos hacia Altdorf para darle las nuevas buenas al Senescal.



¹ Sólo puedo decir que si nuestras vidas no fueran más que un juego ameno para seres superiores, ése momento debería de haberles causado unos quince minutos de risa ininterrumpida. Bueno, a todos menos al que manejara el destino de Xeros.

Prólogo

Capítulo I
Una misión | El Bosque Oscuro | El Templo de la Llama Negra

Capítulo II
La Ciudad | El Camino de la Montaña | El Templo de la Diosa

Capítulo III
¿?
| ¿? | ¿?

lunes, mayo 04, 2009

Baraka -o la redención del teatro-


Por primera vez en muchos años, fui al teatro a ver algo que no fuera Les Luthiers ni un recital. Mi primera opción era ver La muerte de un viajante, de Arthur Miller, con Alfredo Alcón y Diego Peretti, en el Paseo La Plaza. Sin embargo, las funciones ya habían terminado, así que decidí ir a ver Baraka [Amigos], más que nada porque los actores (Hugo Arana, Darío Grandinetti, Juan Leyrado y Jorge Marrale) son demasiado buenos.
La obra trata sobre cuatro amigos de toda la vida, y como toda esa vida afecta a la amistad. Entre dimes y diretes, esta comedia devenida en tragedia narra distintos acontecimientos sucedidos en los últimos treinta años de la vida de los protagonistas; todo desde las -no siempre- amenas conversaciones que se desarrollan en el living del loft de Pedro (Grandinetti).
En dos magras horas uno es llevado desde la risa hilarante hasta el nudo más cerrado en la garganta; de una punta del asombro a la otra.

Lo que me sacó de quisio -cosa no muy difícil, estamos de acuerdo- fue la gente:
¿Por qué hablan durante la obra? No sólo es una falta de respeto para los demás que estamos tratando de ver el espectáculo, ¡sino también para los propios actores!
Si pasaron CUATRO veces el mensaje de apagar el celular ¿por qué suena uno DOS veces cuando la obra ya comenzó?
Si la gente que va al cine me parece una porquería, estos los sobrepasaron con creces.

Así y todo, hagan caso a mi recomendación: vayan a ver Baraka.

Para terminar, transcribo un comentario del director, Javier Dualte
La amistad quizá sea el tipo de vínculo que está más idealizado en la sociedad contemoporánea. Creemos sin dificultad que es un afecto que sobrevive a todo: el paso del tiempo, la distancia, el deterioro, el desencuentro. ¿Pero es así verdaderamente? ¿O es posible que todo tambalee cuando las circunstancias apremian?
Baraka no quiere decir nada y quiere decir muchas cosas. Pero lo importante es que nadie sepa cuál es su significado. Baraka es el saludo de guerra de estos cuatro amigos que son Pedro, Julián, Tomás y Martín. El saludo mágico, el código secreto a través del cual se entienden. O creen entenderse.
Después de mucho tiempo de no reunirse, ciertos hechos hacen que los cuatro vuelvan a compratir una breve temporada de intimidad. Pero ya no son los mismo. Aunque lo que hoy es cada uno de ellos estuviera tal vez cifrado en lo que fueran hace más de veinte años. Y tal vez nada haya cambiado, y el afecto siga, a pesar de todo, intacto. Pero también es cierto que después de este reencuentro, nada volverá a ser como antes.
Baraka contrapone los indiscutibles valores de la amistad con una serie de miserias: la ambición, la falta de compromiso personal, el pánico, la cobardía, la deslealtad.
Baraka es una comedia sobre la amistad y sus límites.